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VIAJAR CON JON ANDER LARRAÑAGA · Marruecos, el vecino del Bajo B

JOn Ander Larrañaga

Jon Ander Larrañaga

¿Cuántas veces nos ha pasado no saludar a alguien por vergüenza, mala educación o simplemente indiferencia hacia esa persona, y con el paso del tiempo nos hemos preguntado lo estúpidos que fuimos y que gran persona nos perdimos? Seguro que a más de uno nos ha pasado.

Marruecos,  nuestra vecino del “Bajo B”, ¿Quién es ese? Sí, ese raro que viste con harapos y a su mujer no se le distingue la cara, ese que nos perfuma el descansillo de nuestra amada comunidad con un olor tan extraño cada vez que cocina, ese que habla ese idioma tan peculiar. ¿Quien es ese?

Bien, pues os diré que un día, no hace mucho, me atreví a saludarle y me llevé una grata sorpresa al ver que hablaba, ¡y encima mi idioma! Me fui a casa preocupado, cómo podía ser que ese tipo tan diferente hablara. No pegué ojo esa noche. Al cabo de unos días, me lo volví a encontrar en el portal y aun desconcertado por nuestro anterior encuentro,  sin tiempo a pensar lo que hacia y decía, le pregunté: ¿Cómo te llamas?

Y cuál fue mi sorpresa al tener como respuesta Marruecos. Se me hacia familiar ese nombre, ¿pero de qué podía ser? Un escalofrió recorrió mi cuerpo y recordé que este era el tipo que me habían mencionado, al que le tenemos que pagar la comunidad y encima nos roba las cartas del buzón… «Madre mía, me voy a casa», pensé, pero antes que pudiera reaccionar me invito a tomar un té en su casa y yo presa del pánico, ignorante de lo que me aguardaba acepté la invitación.

Al entrar puede observar que la casa era idéntica a la mía, eso sí, con una decoración muy diferente y peculiar, no obstante debo de decir que no me disgustó.  Me senté junto a una mesita y al de poco tiempo me sirvió un delicioso té de menta, vi que no tenia ninguna mala intención por lo que me relajé y nos enfrascamos en una conversación muy interesante. Me contó que le encantaba el surf y que él conocía unos sitios mágicos y en los que poder disfrutar de su pasión: las olas. Uno de sus sitios favoritos se llamaba Sidi-ifni, playas de difícil acceso u ocultas a simple vista, es por ello, que no se encontraba con mucha gente en ellas.

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De todas maneras me invitó a probar a hacer surf un día con él, en otros lugares más accesibles y que el frecuentaba con sus amigos. Las playas estaban abarrotadas, según el, pero para probar eran las mejores probablemente. Además no tendría que comprar nada, ya que allí en Taghazout, podría encontrar el material necesario e incluso podría tomar clases.

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Después de esto me hice a la idea de que la costa de Marruecos que me estaba presentando era muy movida y peligrosa. Le pregunté por algún lugar donde poder pasar unas vacaciones tranquilas en la playa. Me contestó que existía una ciudad amurallada llamada Essaouira con playas tranquilas y soleadas, pero que no podía contarme mucho más ya que solo había estado una vez.  «Quizás un buen día conozcas a Iban, un buen amigo mío y el te podrá dar todo tipo de detalle»,  me dijo.

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El té, que me estaba fascinando, se acabó y mi nuevo amigo fue a preparar más. Le acompañé a la cocina y por el camino vi una foto de un conjunto de montañas nevadas, estas si que las conozco me dije a mi mismo y exclamé «¡Anda el Himalaya!». Marruecos se giró y me dijo: «No vecino, no. Estas son las montañas del Atlas que surcan parte de mi país de norte a sur». Me quedé confundido, ¿Atlas? ¿No es eso un libro? Pero siguió explicándome: Las montañas Atlas dividen en dos mi país, a un lado queda el Mediterráneo y el Atlántico y en la otra cara de las montañas empieza el imponente desierto del Sahara.

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«Mi abuelo nació en esas montañas», continuó, y están habitadas por los Bereber (tamazight). Su cima mas alta es el Toubkal que está a unos 4.168 metros de altura. Puede que te suene, ya que no hace muchos años unos viejos rockeros grabaron un CD que lleva el mismo nombre.

En el momento que me estaba imaginando coronando la cima, como buen alpinista que soy, se escuchó el sonido de unas llaves y la puerta de casa se abrió. Apareció la mujer de Marruecos que al parecer venía de trabajar. No se sorprendió demasiado y después de presentarnos insistió en que me quedara a comer.

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«Qué gran acierto el quedarme a comer», pensé. Estaba todo delicioso, sobre todo la sopa y el Tajín. ¡Ya estaba deseando repetir! Como postre me sacaron unos dulces tradicionales y amenizamos la sobremesa hablando sobre su ciudad, Marrakech. Al parecer Marrakech no es la capital de su país pero es tan o más conocida que la propia capital. Me la describieron como muy colorida y viva, con un sinfín de mercados y con una gran plaza llamada Jemma El-fna rodeada por una medina en la que si no estás muy atento puedes perderte mientras vas de un puesto a otro. Pregunté si la ciudad era muy peligrosa, a lo que me contestaron que no especialmente, pero que siempre, como en todas partes  había que tener cuidado. Durante la descripción cerré los ojos y me sentí trasportado a otra época, me venían imágenes como estas a la mente:

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Al parecer tanto imaginar me quedé dormido en el sofá y alrededor de las seis y media me despertaron, se estaban preparando para algo así como rezar, me hubiera gustado verlo pero me parecía demasiada indiscreción por lo que nos despedimos con la intención de volvernos a ver.

Ya son casi cinco años desde que nos conocimos y hasta ahora seguimos siendo buenos amigos, Marruecos nunca me ha fallado. He tenido el placer de presentárselo a mis padres y amigos, y todos están encantados. Hoy es el día que me pregunto, ¿y si hubiera dicho que «no» a ese té? IMG_4737 (1)

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