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‘Cuanto todo esto pase…’, por Estela Rey

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Estela Rey

Los días transcurren entre cuatro paredes, refugiados de un virus que ha cruzado fronteras vertiginosamente hasta recorrer, implacable, nuestros rincones más inmediatos. Un virus que se cobra demasiadas vidas, que ha inundado muchos hogares de soledad y desprotección. De miedo. Que ha paralizado la actividad económica haciendo agonizar a muchos pequeños negocios, que quizá cierren sus persianas para siempre.

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Hopper.

Nos encontramos inmerso/as en una crisis que, según la combinación de ideogramas chinos, podría entenderse como un tiempo de amenaza y oportunidad. Y sí, quizá esta experiencia nos sirva como oportunidad para revisar aquello que nos resulta indispensable en la vida, la base de nuestro bienestar como lo es el contacto con nuestros seres queridos, la llamada de teléfono que hacía tiempo no se daba; el abrazo auténtico, las palabras sinceras, el reconocimiento mutuo.

Una oportunidad para dejar de lado lo impostado, lo superfluo, lo que resta. Este período nos descubre como seres vulnerables ante la amenaza de la infección, de perder a alguien sin poder despedirlo como quisiéramos, de quedarnos sin trabajo. Críticamente vulnerables cuando se vive el contagio durante el destierro, las inclemencias en los campos de refugiados o en tierras en conflicto; la violencia en los hogares, los estragos de la adicción, o de una salud mental puesta entre las cuerdas; desavenencias conyugales en procesos de divorcio con menores sin protección, etc. También cuando la gente mayor se encuentra de por sí sola afrontando otras patologías, e incluso el abandono de sus familiares. Tantas realidades diversas que se dan durante este confinamiento…

Sin embargo, los malos momentos son oportunidades de impulsarse a la superficie y salir a flote, de adaptarse a nuevas circunstancias bajo la premisa de que no hay mal que cien años dure, tal y como mi abuela me decía. Vivimos el miedo, el dolor, pero podemos sobreponernos, resistir, intentar mirar al horizonte aunque lo cubra una espesa niebla por momentos. Solo/as podemos ser fuertes, pero junto/as lo somos aún más. Podemos ser el pilar en el que otro/as se sostienen, porque sabemos lo mucho que duele caerse. Nuestro instinto gregario nos mueve a mirarnos y sonreír en los balcones mientras aplaudimos, a ofrecer ayuda a nuestro/as vecino/as y comunicarnos vorazmente por videollamadas y redes sociales. Buscamos la vía para compartir inquietudes, dibujos y música desde la ventana. Las asociaciones sin ánimo de lucro y la salud pública se preocupan de llamar a los domicilios ofreciendo apoyo psicológico a lo/as más desprotegido/as por la salud a través de sus terapeutas, psicólogo/as, etc. Los retos y los memes se multiplican cada día, porque nos mantienen conectado/as. Estamos ahí, quienes disponemos de los medios, y nos acompañamos en este difícil trance de estar recogido/as en nuestras casas. Nos reímos para poder seguir avanzando y no dejarnos vencer por la desesperanza.

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«Cuando todo esto pase», pensamos y repetimos, haremos todo aquello que nos hacía felices realmente. Valoraremos, más que nunca, el trabajo incansable de lo/as profesionales de la salud pública por su entrega pese a no estar dotado/as de recursos para protegerse; valoraremos, más que nunca, el papel fundamental que juegan lo/as maestro/as para continuar con la educación de nuestro/as hijo/as desde sus casas afrontando muchos retos y preocupándose de que no haya desigualdad entre su alumnado. Valoraremos los grandes esfuerzos que deberán realizar los pequeños comercios del pueblo.

Entre todo/as, deberemos apoyarnos en nuestras acciones diarias, mirando más allá de nuestro ombligo, pensando que un gesto pequeño puede significar un gran aliento para otro/as – así lo he vivido en los últimos meses. Entenderemos que lo que hacemos de manera individual tiene, para bien y para mal, un inmenso impacto en nuestro entorno. Y, tratándose de nuestro entorno, nos daremos cuenta de que la naturaleza ha recobrado el pulso durante nuestra ausencia. No podemos olvidar, además, a lo/as niño/as, y su asombrosa capacidad para adaptarse a esta situación tan compleja.

Esta crisis nos sacude desde los cimientos, pero puede conducirnos a ver el claro en el bosque, la luz que va descubriéndose en zonas sombrías de nuestro entendimiento. En una cita conocida hoy de “El Libro Rojo”, de Carl Gustav Jung, un capitán de barco se refiere a sus vivencias durante una cuarentena impuesta en el puerto: “Aquel año me privaron de la primavera, y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente. Me había llevado la primavera dentro de mí y nadie nunca más habría podido quitármela.»

A pesar de las dificultades, cuando todo esto pase, nos seguiremos teniendo y necesitando. En palabras de Henri Miller, «Comprendo de repente lo terriblemente civilizado que soy…La necesidad que tengo de gente, conversación, libros, teatro, música, cafés, bebidas, etc. Es terrible ser civilizado, porque cuando llegas al fin del mundo no tienes nada que te ayude a soportar el terror de la soledad».

Pasará. Mientras tanto, sigamos cuidándonos y alimentando todo aquello que nos hace grandes. Mucho ánimo a todo/as.

Ayúdanos a crecer en cultura difundiendo esta idea.

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