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‘Romería en Ezcurdi. Durango. 13 de junio de 1945’, extracto del diario de José Manaut con cuadro de Arteta

Manaut

POR José Manaut

· Diario del pintor valenciano desterrado un año en Durango José Manaut (agosto 1944 – diciembre 1945)

Día 13 de Junio de 1945

Romeros de San Antonio de Urquiola regresan del santuario, perdido entre brumas. Con la vara o el paraguas al hombro, del cual pende el ato con la comida o la bota de vino; en el pecho la estampa del Santo con su lacito bicolor. Caseros y caseras, chavalitos: todos tan serios. Viejos y ancianos. Gente joven también.

Arteta

Romería en Durango. PINTURA © Aurelio Arteta (aportada por Kultura Kultura)

Multitud heterogénea va llegando al paseo de Ezcurdi y alrededor de la nívea estatua del canónigo Astarloa se organiza un barullo considerable. Suenan las agrias notas de la dulzaina o el silbido sutil del chistu; la niña bonita siente la comezón irresistible del baile y junto al quiosco de la música muchachos y muchachas bailan una especie de jota; sus piernas dibujan arabescos; retozan ágiles, vitales pantorrillas de carnes rosadas y túrgidas; los breves pechos de las doncellas también se agitan al ritmo de la danza.

Sobre tarimas elevadas por improvisado andamiaje varios grupos de músicos lanzan al aire escandalosas notas de bailables: los acordeonistas se balancean en el espacio abrazados a su instrumento; el cornetín de pistón hincha los carrillos; el saxofón y el clarinete parecen narices monstruosas lanzando sonidos gangosos e insolentes. Abajo la gente baila en campechana promiscuidad y las bocas y los ojos de las muchachas ríen; los clásicos “gamberros” con sombreros multicolores de paja o de papel, circulan como abejorros y el bordoneo de sus voces y cantos de beodo domina el tumulto. Más allá los altavoces potentes de la tómbola emiten desgarradores acordes y la multitud se estaciona sugestionada por las guirnaldas de lámparas eléctricas y el escaparate resplandeciente de preciosas muñecas, suculentos jamones y de otros brillantes artefactos domésticos… y se deja los cuartos.

Cesa la música de los coros de baile y preludia la banda municipal; sobre el estrado del pabellón los músicos con sus boinas coloradas parecen un grupo de automáticas figurillas a quienes apenas se hace caso. En el pobre barracón de tiro al blanco poco frecuentado, una mujer casi niña, amamanta a una criatura, luego la duerme entre el fragor de la feria y la acuesta debajo del mostrador. Desgreñada, envuelta en un astroso abrigo; su gesto es duro e indefinible. Aquellos alegres aldeanos van a retratarse a un puesto de fotografía ambulante. Dudan.

El minutero

¿De tripulantes en una barca en el Abra con el puente colgante al fondo? ¿Asomados a la ventana de un cortijo andaluz? ¿En automóvil? Se deciden. Ellos se endosan trajes con faldas de volantes, chillones, de gitana; el fotógrafo les coloca unos absurdos sombreros de paja con flores artificiales, luego les da una guitarra y una bandurria. Y ellos contemplan a sus mujeres y ríen; se retuercen de risa, danse palmadas en las ancas y lanzan exclamaciones; ellas, provocativas, como quien está haciendo locuras.

MANAUT

El pintor Manaut en Santa Ana y su paleta, de una exposición del Museo de Arte e Historia de Durango. © I.G.

Luego de retratarse ríen también como verdaderos locos. Pendientes de las cadenas vuelan por los aires la juventud lanzando gritos estridentes como vencejos. El pintor ambulante rodeado de ingenuos hace juegos malabares con barras de pastel. Es una especie de magia; y sobre el papel van surgiendo imágenes con inaudita rapidez. Un borrón y al segundo, aparecen dos pinos, un acorazado o cualquier cosa… Y León Salvador, el viejo León Salvador que me hizo evocar días infantiles, cuando por las ferias de “Nadal” en Valencia, le escuchaba perorar, vendiendo relojes, cogido de la mano de mi madre.

Viejo debe ser ya León Salvador. Parece un gitano o un indio; su voz está ya cascada, pero su ingenio inmarcesible. Como esas ramas nuevas, esos brotes, que surgen de las raíces de los árboles, a León le ha surgido otro León parecido –dicen que es sobrino-. Corpulento, agitanado, con los mismos trucos, pero con menos gracia.

Las beldades de Durango, entre tanto, se pasean por los andenes del parque; fue necesario que llegan las fiestas para verlas, pues hacen vida recatada y sólo en la iglesia, donde pasan buena parte del día, se las ve seguramente.

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