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Alegato por el sentido común: La historia de un tren que dividió Durango, y aún lo sigue haciendo

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Oskar Santamaría

Ahora que todos nos vemos arrastrados a extremar nuestras ideologías, y esconder bajo la manga argumentos parciales pero sentenciosos. Ahora, que todos tenemos bando y corremos ciegos por la banda. Que la sociedad está empeorada o empoderada o ambas. Me pregunto yo, si el sentido común ya no tiene sentido ni es tan común. O que sé yo, si reivindicarlo es de idealistas o de idiotas o soy ambos. En cualquier caso, llamar a la cordura me hace bien y me conecta con la razón, aunque estoy bien harto de quién siempre cree tenerla.

Resulta que soy durangués, pero por adelantado, por poca bandera representado y militante de nada.

El pasado 14 de Marzo, pasó algo extrañamente oficial: vecinos llamados a opinar sobre el futuro del pueblo sin tratarse de la cita electoral. Llamados a expresar libremente si resulta adecuado, estético o sostenible, hacer crecer cinco moles disonantes de viviendas con las que especular, para contrarrestar un gasto malsonante de un proyecto que pudo ser contenido pero decidieron que no. Era mucho mejor un encargo a Hadid, y cinco torres de autor de consolación. Total, ¡qué eran 250 millones de euros en los felices años dos mil!

Resultó que aquel encargo resultón, no sólo salió caro en obra, también en su manutención. Recibidores a la intemperie, escaleras inaccesibles, accesos duplicados o superficies resbaladizas, han sido algunas de las perlas y pozos de esta obra de Pritzker. Y como rectificar debe estar mal visto, pues tiremos para adelante. ¡Cortemos el edificio anexo!, ¡ahorrémonos los remates! Y esta fue la historia del habitante de a pie de Durango, que logró soterrar el tren que dividía su mapa. Y en realidad aún lo sigue haciendo.

Una década donde hemos normalizado accesos mediocres de cortesía, la valla de obra como icono POP y espacios no urbanizados para el disfrute de nadie. Puede que por eso, vayamos ya desconfiados de la buena fe del urbanista local, y tengamos el antojo de opinar.

La participación fue escasa, la verdad, visto el impacto que puede tener el proyecto en nuestro pueblo. Pero ante todo fue histórica, por abrir el precedente de la participación sobre las ciudades donde deseamos vivir. Reivindicar el uso público de los espacios no es de ingenuo, no me jodan. Quienes decidieron libremente imaginar su Durango futuro, rechazaron unánimes el ladrillazo, será que algo han visto. No me intenten hacer creer que abstenerse a opinar es lo apropiado, porque abstenerse a opinar es solo estar callado.

Puede que el problema de la vivienda de Durango no sea tener más, sino poder tenerla. Puede también, que tengamos que dejar de creernos machitos faraones o dueños políticos del futuro ajeno. Apliquemos el sentido común y empecemos a dibujar un progreso medido, consensuado, sostenible y orgánico. Quiero pensar que el pasado día 14 fuese solo el comienzo.

Y ahora que he opinado, llamadme idealista, idiota o ambos. Lo mismo me da.

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