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Catalunya: guerra de valores

Mikel Polo

Mikel Polo

· Mikel Polo Gerrikabeitia es un periodista de Amorebieta-Etxano que reside desde hace siete años en Catalunya

El conflicto catalán se ha sumergido en un mar de debates sobre política, derechos, legalidad, justicia, educación e incluso economía. Del debate sobre la legitimidad de un referéndum de autodeterminación se ha pasado al foro sobre economía, provocado por la marcha de varias empresas de Catalunya y paralelamente se discute arduamente sobre el adoctrinamiento de niños y sobre la justicia, sobre todo a partir de la detención de representantes políticos y del encarcelamiento de líderes de entidades independentistas.

Lo cierto es que la ambigüedad del marco legal no da ninguna opción para el acercamiento de posturas. Hay quien se aferra a la constitución para defender la idea de que no asiste a los catalanes el derecho de autodeterminación, mientras otros se acogen a la declaración de Derechos Universales de Naciones Unidas firmada por España en la que se habla del derecho de libre determinación de los pueblos. En ese punto los unionistas matizan que ese artículo tan solo concierne a las colonias, pero omiten sentencias como el de la declaración de La Haya sobre Kosovo en el que se deja bien claro que los Derechos Humanos prevalecen sobre las leyes y que en todo caso son las leyes las que deben estar supeditadas a los derechos de los ciudadanos, y no a la inversa.

A falta de una consulta vinculante reconocida por todos y todas, a día de hoy nadie puede garantizar si existe una mayoría de catalanes que quiera la independencia, pero lo que si está claro es que una inmensa mayoría de catalanes quiere decidir su futuro en las urnas. Hasta medios tan poco sospechosos de respaldar el independentismo como El País han publicado encuestas cuyos resultados hablan de más de un 82% de la población que sería partidario de esa consulta vinculante.

Ante ese clamor de la sociedad catalana, el Estado español se aferra a un documento pactado con los franquistas hace cuatro décadas y a la represión policial y judicial para silenciar a los catalanes y negarles un derecho fundamental que les asiste. Llegados a este punto es cuando me viene a la mente una de las frases míticas del líder pacifista Mahatma Ghandhi: “Cuando la ley es injusta lo correcto es desobedecer”.

No seré yo quién respalde ninguna posición política, porque al igual que denuncio la nula separación de poderes del Estado español y su actitud netamente fascista, considero que el “procés” surgió por la necesidad del CiU de ocultar sus propias miserias relacionadas con la corrupción y la nefasta gestión de las políticas sociales. No obstante, sí tengo claro sobre qué tipo de democracia me decanto. Tengo claro qué valores defiendo.

Me decanto por la defensa de las urnas y de los altavoces en la calle por encima de la mordaza de la represión policial y judicial; me decanto por la armonía que existe en Catalunya entre aquellos familiares y amigos que piensan y sienten de forma muy diferente, y me declaro en contra de las manipulaciones de los medios españoles que pretenden generar una mayor brecha social; me decanto por un adoctrinamiento sobre la pluralidad y la diversidad, y denuncio la imposición del pensamiento único; me decanto por el respeto y la tolerancia hacia diferentes sensibilidades en contra del odio hacia el prójimo por su ideología o sentimientos identitario.

En definitiva, defiendo que los catalanes puedan decidir lo que quieren hacer libre y pacíficamente y que desde el respeto a lo que la mayoría decida construyan su futuro. Defiendo que las leyes se adapten a ese derecho que reclama una inmensa mayoría catalanes y que las fuerzas de seguridad defiendan la seguridad de esos ciudadanos lejos de agredirlo.

Llevo siete años viviendo en Catalunya y en este tiempo me he dado cuenta de que no hay nacionalismo más rancio que el del que da por hecho que los que no sentimos lo mismo odiamos a su patria y a sus gentes. Omitiré los insultos que he llegado a recibir en algún que otro foro que nada tenía que ver con la política, por el simple hecho de vivir en Catalunya. Omitiré esos incidentes, porque intolerantes y fascistas los hay entre unionistas e independentistas. Lo que realmente sí me preocupa es que gente muy respetable y tolerante lance el “¡Viva España!” en pleno debate como si se tratara de una provocación para quien no se siente español.

Yo, como vasco de padre salmantino y residente en Catalunya que no se siente nada español pero que respeta una gran parte de las culturas, costumbres, lengua y gentes españolas, les respondo: ¡Que viva la España de la libertad que respeta la diversidad de identidades y de ideas! ¡Que viva la España que denuncia cualquier tipo de violencia y/o corrupción! ¡Que viva la España de la democracia y la tolerancia! En definitiva, esta no es una guerra política, judicial, social o política. Estamos ante una guerra de valores. ¡Que ganen la democracia y la libertad!  ¡Que viva una España libre! Visca Catalunya lliure!

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