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No somos más afortunados que los animales

Joseba Sarrionandia

Joseba Sarrionandia

*Este escrito de Joseba Sarrionandia y fotografía que lo acompaña fueron publicados en la revista Ibaizabal, de la que el escritor de Iurreta fue cofundador, y que a su vez había impreso el diario Egin. Lo reproducimos cuando se cumplen 31 años de su fuga de la cárcel de Martutene. Este texto es anterior, tras ser detenido en diciembre de 1980.

 

Todas las mañana, para cuando nos abren la puerta de la celda, la galería se llena de gorriones. En la tercera galería de Carabanchel hace frío,un frío que cala hasta los huesos, un frío de piedra y de metal. Al acercarse a la baranda se ve salir a otros muchos presos, que saludan al nuevo día. Como ayer -hace solo dos o tres días que estoy aquí, lo suficiente para darse cuenta de la semejanza que tienen entre sí los días aquí-, parecen los mismos gorriones los que entran cada día.

Pero esto es un palacio comparándolo con la comisaria. Siete días me tuvieron en la comisaría de Indautxu y en verdad, no puedo decir que semejante sufrimiento  no se me ha pasado ni siquiera por la imaginación. Yo ya había oído cosas sobre la tortura, cómo el dolor físico y el psíquico y la humillación se unen contra los derechos humanos fundamentales.

Pero nunca -hasta llegar a Indautxu- comprendí ni vislumbré el sentido y el dolor de la tortura. Así ocurrió, aunqeu es una cosa que no se puede describir: a las tres de la madrugada me detuvieron en Durango y me llevaron al cuartel de la Guardia Civil y me golpearon. Después dijeron que tenían que dirigirse a Bilbao y me metieron en el coche. Por el camino, me llevaron al monte y diciéndome que iban a matarme, me llevaron a un sitio oscuro y solitario.

Primero a la parte de arriba de la Escuela laboral de Yurreta, donde me sacaron esposado y me golpearon. Después nos paramos en una zona de descanso de la autopista y lo mismo, me golpearon en los testículos, en la cabeza, en el estómago e incluso me dispararon dos tiros junto a la cabeza.

En Bilbao, lo mismo, pero los torturadores eran más, venían en grupos de cuatro o seis, todos ellos de la brigada operativa. Hasta el alba, lo mismo en el piso de arriba que en el sótano, me golpeaban sin descanso, sobre todo en el vientre, en la cabeza y en los testículos. También usaron el quirófano y otras torturas; una de las más dolorosas era esta: atar una cuerda por un cabo a mis testículos y por el otro a una estantería. La cuerda debía mantenerla siempre tensa mientras me golpeaban y me empujaban. Para el mediodía, tenía terribles alucinaciones, sobre todo cuando me dejaban solo en la celda.

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Todos los días me traían un bocadillo, pero no podía abrir la boca y allí mismo solía tener que dejarlo. Cada tres o cuatro horas, tanto de día como de nombre, venían a interrogarme, golpeándome a cada pregunta. También me sacaron a la calle, seis veces, al Duranguesado; siempre a golpes. Asimismo, me quitaban el pelo y la barba a manotadas.

En cinco días, el cuerpo lo tuve totalmente molido, estuve casi sin conocimiento, sin ver a nadie y sumergido en alucinaciones. Luego me llevaron a la ducha, para suavizar los hematomas me metieron a la ducha durante una hora, echándome de forma alternativa agua caliente y fría y frotándome con champú y pomada especial.  Al día siguiente me hicieron firmar las declaraciones mientras me llenaban de pomada.

Muchas cosa podría decir sobre los psicópatas de la brigada operativa: por ejemplo, delante de mí se entretuvieron en llamar a la revista Santutxu amenazando; las habitaciones las tenían llenas de esvásticas y de símbolo falangistas y de Fuerza Nueva.

Así es que me hicieron firmar las declaraciones y me atribuyeron casi 20 acciones. Después de firmar, una mañana nos trajeron a Mdrid. Pasar por la Audiencia y ya por la tarde -como quien llega del mar del sufrimiento a buen puerto- a esta tercera galería de la cárcel de Carabanchel.

Todavía no han desaparecido las consecuencias del tormento. Tengo morados un ojo y el lado izquierdo de la cintura. Si me estiro me duelen el estómago y el pecho; también la espalda al moverme. También tengo entumecidos algunos dedos de las manos. No es, pues, un estado agradable.

Además, por lo que me dicen, me espera un largo encarcelamiento. He dicho «largo», pero aquí hay quienes tienen miles de años y es mejor no pensar en la duración, a no ser que uno quiera desesperarse.

Hemos empezado a trabajar, pues algo hay que hacer, estudiando cuestiones de métrica, aprendiendo inglés e incluso un poco de gallego, dando algunas clases de alfabetización, etc. aunque no haya biblioteca ni ambiente para hacer nada.

Estamos a la espera a ver si alguien nos envía algún libro decentillo porque aquí, aparte de los Grapos con sus Sputnik y los euskaldunes con sus Jalgi-hadi, poco más hay que leer. Mucho menos escribir. Este lugar es descorazonador para escribir, salvo poemas lacrimosos. En concreto, cuando me detuvieron yo estaba escribiendo -ya desde el verano- una especie de novela, que, por casualidad, se desarrollaba en una cárcel, no era novela política ni social; en el fondo, la razón de la localización era literaria y la noche misma se encuadraba en la categoría de psicología y la imaginación.

Así pues, parece, a fin de cuentas que después de estar en la cárcel sería más fácil escribir la novela, por un lado por el tiempo libre y por el otro por conocer mejor la cárcel. Pero no, me ha sido imposible escribir una línea más, y he tenido que dejarlo. Es muy difícil, estando entre cuatro paredes pensar en fantástico. Cuando estaba incomunicado pensé en la historia del hombre que traspasaba paredes: «Se mete con una mujer en una habitación y la única puerta se cierra al entrar ellos».

-Hemos quedado encerrados -dice la mujer.

-No, tú sola has quedado encerrada -dice el hombre, entrando y desapareciendo en la pared, como si no hubiese nada.

Como un hombre así, con el deseo de pasar la pared, lancé más de una vez -sosteniéndome en pie a duras penas la frente contra la pared. Qué ilusión tan efímera. En sitios como este, la literatura no vale, no vale nada.

La lucha cuando se necesita lucha y la literatura cuando se necesita literatura. Son efímeros los propósitos de mezclar las metralletas y las novelas. Ahora, en la cárcel me gustaría hacer literatura, pero he decir una cosa y es que aquí la opresión es tan grande que no es posible llegar a un equilibrio personal y ocuparse de la literatura.

Equilibrio personal he dicho. Conseguir el equilibrio personal es difícil incluso en la calle. Llevamos encima cargas multiformes, no es posible la tranquilidad. En Euskal Herria se da una operación política y cultural fuerte en todo momento, una represión social terrible… De modo que todos los tipos de represión y, en especial, los de los personal, aparecen en grado sumo en la cárcel.

Aquí -hasta en el mejor de los casos- la persona no es más que un perro, no es más afortunado que el animal de cuadra. Yo no digo que nos den mal de comer, ni que nos castiguen. Nos dan de comer bien y no nos castigan. Pero impiden nuestro equilibrio personal, aquí no somos sino simples números, el número del sumario, el número de la celda, el número del paquete. No somos personas. Incluso en la calle, a menudo, no somos personas, no somos más que números y clientes sin más, pero por lo menos te queda la posibilidad de huir. Pero de aquí no. No es posible pasar los cuatro muros, al menos hasta que no te salgan alas.

Y hasta entonces, hasta entonces sigo, día a día, cada mañana en la galería nos quedamos mirando a los gorriones, hasta que los gorriones levanten el vuelo y salgan de entre los cristales, hasta que salgan de esta pequeña cárcel a esa otra gran cárcel.

Información complementaria publicada hoy en Mugalari. Puedes clicar a continuación para leerlo:

No somos más afortunados que los animales

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