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El régimen del 78 me aprieta el chocho

Oscar Gomez

Óscar Gómez Mera

El próximo día 29 cumpliré 40 tacos de calendario. Los mismos que la Constitución vigente del Reino de España. Que a pesar de aprobarse en referéndum el 6 de diciembre de 1978, no entró en vigor hasta el día 29 en el que fue publicada en el BOE. Y ese mismo día nací yo. Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor.

Llevo cuatro décadas oyendo las bondades de la Carta Magna de 1978. Me han contado infinidad de veces el cuento de hadas de la idílica y modélica transición. Cómo siete padres de la patria gestaron, sin ninguna madre de por medio, el texto constitucional. Y cómo el pueblo español, en un acto de madurez y generosidad, supo aparcar sus odios y rencores y aprobar de forma mayoritaria la constitución por la que nos hemos venido guiando desde entonces.

Pero la realidad es otra muy distinta. La transición no dejó de ser una reforma del franquismo en connivencia con parte de lo que se llamó oposición democrática. PSOE y PCE incluidos. Y el texto resultante de todo ese chalaneo fue la Constitución del 78. Que no se aprobó de forma tan mayoritaria como se cuenta, pues muchas españolas optaron por el voto negativo o nulo, o por no participar en el referéndum, ya que la abstención fue del 33%. Constitución que se había aprobado ya en la Cortes en el mes de octubre antes de someterla a referéndum. El pueblo tenía que optar entre una reforma del régimen ya pactada o el ruido de los sables que querían volver al ordeno y mando. Y cuando el miedo aparece en escena ninguna decisión es libre. Pues nadie pudo elegir nada. Ni el modelo territorial, ni el modelo de estado, ni siquiera el modelo social. Pues los artículos que la Constitución recoge en materia de vivienda o trabajo son pura filfa. Una declaración de buenas intenciones en el mejor de los casos.

Decía Thomas Jefferson que una generación no puede sujetar a sus leyes a las generaciones futuras. Quienes hoy tenemos menos de 60 años no pudimos participar en aquel referéndum. Pero nos tenemos que seguir rigiendo por un texto donde los derechos sociales son papel mojado, donde el problema territorial sigue sin resolverse, que lo único que garantiza es la indivisibilidad del territorio español y el sistema de libre mercado. Además, la Constitución apenas se ha reformado en 40 años. Y cuando lo ha hecho ha sido para garantizar que la actual Princesa de Asturias, llegado el momento, pueda acceder al trono. Y en agosto de 2011, cuando el gobernante PSOE de Rubalcaba y Zapatero y el PP de Rajoy pactaron la reforma exprés del artículo 135 para garantizar que el pago de la deuda tenga preferencia ante cualquier otro gasto del Estado. Pensiones y prestaciones por desempleo incluidas.

Más de 80 años después del golpe de estado del 18 de julio de 1936, que acabó con el sueño de construir una España para todas, seguimos sometidas a un régimen que ha ido cambiando de ropajes según la conveniencia del momento y de la agenda internacional. El traje que se apresuraron a comprar cuando Franco murió en la cama para dotar al Reino de España de un porte democrático, se nos ha quedado excesivamente pequeño. Nos aprieta. Nos oprime. Además, huele a alcanfor y a cerrado de sacristía. Y a muerto. A muchos muertos. Por mucho barniz que le hayan querido aplicar a la vieja y podrida madera del 36, por mucho partido político y por muchas elecciones, sigue subyaciendo el mismo régimen. Lo explicaba muy bien Evaristo Páramos cuando cantaba aquello de camuflando en democracia este fascismo, porque aquí siempre mandan los mismos.

 

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