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Españavirus

Oscar Gomez

Óscar Gómez Mera

España pudo actuar antes para hacer frente al coronavirus, como hicieron otros países. Hay estados que actuaron a la par que España, incluso más tarde, y la epidemia no ha alcanzado las cifras españolas. No creo que ese sea el problema principal. La mayor parte del planeta se encuentra en situación de confinamiento, pero en algunos países es mucho más relajado que en tierras hispanas.

Cerraron escuelas, bares, restaurantes… Como en España. Pero se puede salir a hacer deporte y a pasear, sobre todo las niñas y niños. En España no. La clave está en el sistema sanitario. Para hacer frente a esta pandemia sin necesidad de recurrir a un confinamiento tan duro, es necesario un sistema de salud que cuente con un alto número de camas por cada mil habitantes. España está a la cola de la UE con sólo tres camas por cada mil habitantes. También se requiere contar con suficientes medios materiales y humanos. No es el caso del Reino de España. Durante las últimas dos décadas hemos asistido a un desmantelamiento de la sanidad pública en beneficio de la privada. Reducción del número de camas, incluso en la UCI, gestión privada de hospitales públicos, mínima contratación de personal sanitario… Si bien es cierto que el PP impulsó la privatización de la sanidad y el desmantelamiento de la pública, la ley que abría las puertas a la sanidad privada (15/97) fue aprobada en el parlamento español con los votos de PP, PSOE y las derechas nacionalistas. Y el PSOE tampoco hizo mucho por revertir los hechos cuando tuvo posibilidad de hacerlo.

Otros países se pueden permitir un confinamiento más suave sin miedo a colapsar sus hospitales. Al tener más camas por cada mil habitantes se pueden permitir incluso ingresar a aquellas pacientes que presentan síntomas leves. En España, si se hubiese atendido, y sobre todo ingresado, a aquellas personas que presentaron síntomas no graves, el sistema sanitario hubiese colapsado el primer día. Por si todo esto fuera poco, el personal sanitario está trabajando en condiciones más que precarias, sin EPIs, sin que les realicen tests, protegiéndose con bolsas de basura y mascarillas improvisadas. Más que sangrante es el caso de las residencias de ancianos, donde se concentra un número elevado de fallecidas. Un ejemplo es la residencia Abeletxe de Ermua, donde de 87 residentes hay 57 contagios, habiendo fallecido ya 18, y de un total de 80 trabajadoras 27 han dado positivo y 11 están a la espera de resultado (datos del 15 de abril). Residencia pública, la de Ermua, pero de gestión privada. Hasta el día de hoy no ha salido nadie a dar explicaciones de porque se ha llegado a esta situación y porque se trató de ocultar.

Durante los últimos 25 años, el dinero que se debía haber invertido en fortalecer el sistema público de salud se destinó, entre otras cosas, a construir aeropuertos sin aviones, trenes de alta velocidad que usted y yo apenas frecuentaremos, a financiar a la iglesia católica, a rescatar bancos, a subvencionar partidos políticos, sindicatos mayoritarios y organizaciones empresariales, a poblar las administraciones públicas de liberados sindicales, a aumentar los sueldos de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado para tenerlos bien engrasados en momentos como este en el que toca reprimir y represaliar, y a proporcionar trenes de mercancías atiborrados de farlopa de la fetén y putas a quienes ustedes y yo sabemos.

Por todo ello en otros países afrontan el coronavirus con confinamientos más suaves. Mientras aquí, usted y yo, y sobre todo nuestras hijas, llevamos más de un mes sin salir de casa. Porque si nos sube un poco la temperatura corporal y nos da por toser no nos atienden ni en el puesto de socorro de la Cruz Roja. Eso sí, el confinamiento sólo ha sido total durante semana y media, porque además de las profesiones esenciales para afrontar esta pandemia, también están trabajando en la industria y la construcción. No podemos salir a la calle a pasear manteniendo la distancia de seguridad y tomando todas las precauciones, pero podemos coger el metro y pasarnos ocho horas en cadenas de montaje sin ninguna seguridad garantizada. No podemos comprar libros en la librería de nuestro barrio para hacer más llevadero el confinamiento, ni comprar en nuestra ferretería habitual unas bombillas para sustituir las que se nos hayan fundido, pero si podemos comprar sacos de cemento. Todo muy bien pensado.

En los últimos días se empieza a hablar de desescalada del confinamiento. Pero en ese debate las personas no somos el centro. El desconfinamiento del que hablan es puramente económico. Las personas sólo importamos si producimos y consumimos. Quienes no sirvan a tales propósitos mercantiles (niñas, desempleadas, ancianas…) no están siendo tenidas en cuenta. Sólo importan las empresas y sus cuentas de resultados. Pero no se engañen, sólo las grandes empresas. Los pequeños agricultores que no van a poder recoger sus cosechas por falta de mano de obra se van a quedar a verlas venir. Para estas necesidades no hay ejército que valga. Que una cosa es pasearse por las calles de Pamplona marcando paquete y dando gritos de Viva España, y otra muy distinta destinar unidades militares para recoger las cosechas y que esos agricultores no se vean en la miseria. Por poner sólo un ejemplo.

Los próximos días el Presidente Sánchez va a intentar conversar con todos los grupos políticos del Congreso para reeditar unos Pactos de la Moncloa versión 2.0. Aprovechando que el coronavirus pasa por la Carrera de San Jerónimo y que la población española está recluida en sus hogares, se va a intentar un nuevo apuntalamiento del régimen del 78. El primer apoyo recibido ha sido el de la CEOE y el del binomio CCOO-UGT, engranajes, estos últimos, sin los cuales al régimen le sería más complicado funcionar. Han mostrado también su disposición de tomar parte en el debate los grupos políticos de corte soberanista e independentista, a excepción de la CUP. Las ansias por nadar hace que muchas veces no se guarde bien la ropa. Más aún cuando se trata de ropa ajena. Que una cosa es la soberanía, y otra muy diferente las taifas y sus competencias transferidas. No hace falta ser un hacha para hacerse una idea de lo que nos pueden deparar estos nuevos pactos si llegan a materializarse. Más recortes de derechos laborales y sociales, paro, precariedad, temporalidad laboral perpetua, miseria, desindustrialización, desmantelamiento de lo público, amén de recorte de libertades, represión y miedo.

Nos instruía Eduardo Galeano que nuestro peor enemigo es el miedo. Y el miedo es el arma que están usando en esta crisis para atarnos en corto. Miedo a infectarnos y resignación a quedarnos en casa sin cuestionar un confinamiento de tales características. Miedo a perder nuestro puesto de trabajo, a no recuperarlo cuando todo esto pase, a perder nuestro negocio. Por eso también nos resignamos a pagar la cuota de autónomo sin apenas haber facturado en el mes de marzo, y a no recibir la prestación por ERTE hasta mayo. Es el miedo el que nos lleva a sacar el policía frustrado que todas llevamos dentro y a apostarnos en nuestros balcones y ventanas para ejercer de comisarios políticos señalando, increpando, insultando al vecino que saca a mear a su perro y aprovecha para fumarse un Ducados, o a quien simplemente baja la basura o va a su trabajo. Si yo estoy puteado, que lo esté todo el mundo. Si no me atrevo a disentir, que nadie ose hacerlo. Mientras, y para creernos que aún tenemos margen para la reivindicación y la protesta, salimos cada día a las 20 horas a aplaudir al personal sanitario. A esos, ahora héroes y heroínas, que hasta hace bien poco tratábamos con desdén por considerarlos unos jetas y unos privilegiados. Héroes y heroínas que salían en blanca marea a defender la sanidad pública mientras nosotras nos rascábamos la bisectriz, y contra quienes cargaba la policía. Pero entonces no eran héroes ni heroínas. Y quienes recibían entonces los aplausos eran los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado. Porque no hay mascarillas para todas y porque no se hacen test de forma masiva, empezando por el propio personal sanitario, pues ya lo dejamos para otra pandemia. Que lo de salir al balcón a bailar con los pitufos makineros al ritmo del conejo de la Lole y la Polola ya no baila con Manuel nos tiene exhaustos.

El coronavirus no es un problema exclusivo de España. Pero España ostenta el record de muertos por millón de habitantes. No se quiso hacer frente al problema, y no es ello una cuestión del signo del gobierno actual. Un gobierno de la derecha hubiese actuado de igual o similar forma. Porque reconocer la situación de España para hacer frente a una crisis de tal calado es tener que enfrentarse a la poderosa patronal, al poder del capital, que antepone la actividad económica a las vidas humanas. Supone reconocer que el sistema público de salud español no es de los mejores ni de casualidad. Conlleva asumir que para hacer frente al coronavirus hay que inyectar miedo a la población para que se quede de forma sumisa en su casa, y reprimirla y represaliarla hasta donde haga falta. Por muy de izquierdas que se sea, por mucho cielo que se pretendiese tomar por asalto. Y que un país que no destina buena parte de su presupuesto a sanidad, pero también a educación, dependencia e investigación, es un estado fallido.

La pandemia del coronavirus se agrava si uno vive en el Reino de España. Porque España no es un país. España es una enfermedad incurable. Una maldición. Aquí nos toca luchar contra dos pandemias. El coronavirus, y la pandemia de la mediocridad, la hipocresía, la estupidez, la maldad, la envidia, la superstición y la ignorancia. La pandemia de ser españoles.

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