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Una lectura electoral

Oscar Gomez

Óscar Gómez Mera

El arriba firmante no suele acudir regularmente a su cita con las urnas. Es un mal ciudadano que muchas veces no vota y aun así se queja todo el rato. El pasado domingo día 28 de abril sí que voté, y tengo que reconocer que disfruté con los resultados de la noche electoral. Disfruté todo lo que se puede disfrutar. Me explico.

Se convocaban elecciones generales de manera anticipada, ya que el PSOE no fue capaz de aprobar los presupuestos para 2019. Desde la derecha española se le achacaba a Pedro Sánchez el hecho de haber ganado una moción de censura siendo segunda fuerza política con el apoyo, entre otros, de nacionalistas e independentistas (que no es lo mismo, mal que a algunos les pese). Recordemos la manifestación de la plaza Colón y demás. Además, tras las elecciones andaluzas de diciembre y los sondeos electorales posteriores, la extrema derecha podía acceder por primera vez al parlamento del Reino de España. Desde amplios sectores de la sociedad se llamó a acudir en masa a votar para frenar lo que se ha dado en llamar trifachito (PP-Cs-VOX). Se hizo, como muchas otras veces, un llamamiento al voto útil.

Voto útil debiera ser aquel que sirve para cambiar algo. Pero en España dicho voto es el voto al PSOE para que no llegue a gobernar la derecha. Aunque luego ambos, PSOE y derecha, hagan las mismas políticas económicas, modifiquen la constitución con nocturnidad y alevosía para garantizar el pago de la deuda y apliquen el artículo 155 juntitos de la mano. Por ello, a quienes muchas veces no votamos, y cuando lo hacemos lo hacemos siendo conscientes de que no va a cambiar nada, pocas veces nos pillan cagando y sin papel.

He dicho antes que disfruté todo lo que se puede disfrutar con los resultados electorales. Empezando porque el trifachito no llegó a sumar para gobernar. Siguiendo porque en la Comunidad Autónoma Vasca ni PP, ni Cs, ni VOX obtuvieron escaño alguno. Y rematando con el hecho de que el jefe de campaña del PP, Javier Maroto, no lograra revalidar ni su propio escaño por Araba. Escaño que acabó en manos de EH Bildu, que junto con ERC formará un grupo propio de 19 diputadas en el Congreso. Y a pesar de que ese grupo parlamentario no servirá para modificar el régimen del 78 ni acabar con un sistema económico que considera a las personas y a la naturaleza simples mercancías que se compran y se venden, no es menos cierto que duele más ese grupo parlamentario independentista-soberanista que un grupo de 90 diputados del Frente Popular. Nos guste o no. Porque duelen más los que quieren una España rota que los que quieren una España roja. Aunque ambos estén a años luz de ver a España rota o roja. Y es con todo esto con lo que se ha tenido que consolar el arriba firmante a sabiendas de que en el fondo lo electoral no es más que un farsa que puede, en el mejor de los casos, cambiar las formas pero no el fondo. Y a veces, ni eso. Me sigo explicando.

Gobernará el PSOE. Ese partido al que ha ido todo el voto útil para frenar a la derecha. Ese partido que cuando gobierna aplica los mismos recortes que la derecha, ejerce la misma represión que la derecha y que es el máximo garante del régimen del 78. Aún no sabemos si se apoyará en Unidas Podemos, Compromís y las derechas nacionalistas y regionalistas (PNV-PRC-CC) para lograr la presidencia en segunda vuelta con más síes que noes, o llegará a algún acuerdo con Ciudadanos, acuerdo al que se oponen muchas de las bases del PSOE, que ya la misma noche electoral le gritaban a Sánchez en la calle Ferraz que «con Rivera, no» (si no querían un pacto con Cs más les hubiera valido votar a UP o al PACMA). Apoyo que no conoceremos hasta pasadas las elecciones municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo, por la cuenta que les trae. Sea como fuere no habrá vuelta atrás. No se derogará la ley mordaza, ni la reforma laboral de 2012. Y cuando toque de nuevo sacar la tijera o la cachiporra no le temblará el pulso a Sánchez y compañía.

VOX entra en el parlamento. Lo hace con menos escaños que los que las encuestas le auguraban, lo cual no deja de ser otro triste consuelo. Y digo que entra VOX en el parlamento. No he dicho que haya entrado la extrema derecha porque la extrema derecha ya estaba en el parlamento. Lo ha estado siempre desde 1977. De la mano de Alianza Popular y luego del PP, que siempre han sabido acoger en su seno a lo más ultramontano de la España cavernícola. Hasta que dejó de hacerlo y llegó VOX, que se nutre mayoritariamente de ex votantes del PP (donde, qué duda cabe, también hay obreras y obreros).

El PNV vuelve a ganar unas elecciones en la CAV. Lo lleva haciendo décadas y lo que nos queda. En la CAV no sacan representación las derechas españolas porque hay una derecha vasca que se lleva todos los títulos en juego. Derecha que pacta por igual con el PP o el PSOE cuando le conviene. Derecha que no deja de ser derecha por el simple hecho de que PP-Cs-VOX y PSOE sean tan derechistas como el partido que lleva el nombre de Dios en sus siglas. Porque de derechas es quien hace políticas de derechas, independientemente de su nombre.

En definitiva, que la farsa electoral da para lo que da. Que una cosa es el electoralismo y otra la democracia. Porque no puede haber democracia mientras sean los partidos políticos, organizaciones antidemocráticas donde las haya, quienes manejen los resortes de los gobiernos y la representación ciudadana. Organizaciones que dependen del verdadero poder, el de los créditos de bancos y las donaciones de empresas vía fundaciones y demás. Y que nunca harán por legislar a favor de la inmensa mayoría cuando es la ínfima minoría quien los sustenta. La democracia no son los partidos, la democracia son las personas. Y poner la vida y las necesidades de las personas en el centro debiera ser el principal objetivo de cualquier sistema llamado democrático. Los cambios necesarios para ello no van a venir de ningún partido y de ningún parlamento. Tendremos que ser las propias personas quienes organizándonos desde la base llevemos a cabo los cambios que necesitamos.

Mientras lo hacemos podremos ir a votar o no hacerlo. Como decía Voltairine de Cleyre, «el poder de las trabajadoras no reside en su voto, sino en su capacidad para parar la producción». No creo que suponga ninguna contradicción querer cambiar el sistema e ir a votar. Y si es contradictorio, que lo sea, a ver si todo el mundo va a poder tener contradicciones excepto los rojos de mierda como el arriba firmante. Tampoco vamos a cargar con las culpas que las izquierdas del sistema nos echan a las personas que muchas veces no votamos cuando no les salen sus cuentas. Ir a votar no legitima el sistema. No ir a votar tampoco lo boicotea. Lo que más le duele al sistema es la producción y el consumo. Cuando seamos conscientes de ello podremos empezar a hacer algo. Mientras tanto, ya que no nos dan pan, que nos den Juego de Tronos, finales de Champions y noches electorales.

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