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El Gernikako Arbola y la orquesta del Titanic

Jose MAri Esparza

 Jose Mari Esparza Zabalegi

· Editor

El mundo parece hundirse y algunos andamos, como la orquesta del Titanic, tocando el Gernikako Arbola. Y así debe de ser, porque ante la nueva globalización que se anuncia, urge vivir, seguir haciendo país, crear fuertes identidades locales, hacer unidad popular y territorial. Patria es Humanidad, nos dijo José Martí. Salvar el mundo pasa por defender la casa común.

Son ya cientos los músicos, cantantes y agentes culturales que se han adherido al Manifiesto para recuperar el Gernikako Arbola como himno nacional de Euskal Herria. No es casualidad que la iniciativa haya tenido un apoyo especial en Iparralde y Nafarroa, territorios donde los vascos y vascas son mucho más sensibles a la unidad patria. De alguna manera, es un reto a nuestros hermanos vascongados, demasiado acomodados con su mayoría abertzale en su diminuto trozo del país, donde se ha encerrado, quizás ya para siempre, el corónimo Euskadi. Donde en EITB puedes escuchar expresiones como “País Vasco y Navarra” sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza. Donde puedes leer “El himno oficial vasco es el Gora ta Gora”, como escribía estos días Anasagasti en la prensa, sin tener en cuenta que el Himno de las Cortes de Navarra es también un himno oficial, tan vasco, o más, que el otro.

La campaña está sirviendo al menos para poner sobre la mesa las ligarzas que disponemos para coser nuestro desvertebrado país. Y poder cantar juntos un himno nacional, como tener un mapa, un nombre o una lengua, es el mínimo para identificarnos, y que nos identifiquen, como pueblo.

Las respuestas habidas muestran la endeblez de los argumentos en contra, tan llenos de tópicos cuan carentes de la menor base histórica. Hay algunos, los menos, que preguntan para qué queremos un himno nacional vasconavarro. “Para cantar” es lo único que se te ocurre contestar, por no decirles qué más quieren nuestros dominadores que no nos pongamos de acuerdo ni para eso.

La pega más habitual que ponen otros, sobre todo en entornos de la izquierda abertzale, es que “es un himno religioso”, o bien “que es un himno del PNV”, lo cual no se sostiene si se mira la primera estrofa -que es la que siempre se ha cantado- con las gafas de doña Historia. Precisamente la izquierda siempre lo tuvo como un himno liberal, laico, internacionalista y pagano. Cantar al Árbol de la Libertad traía reminiscencias de la Revolución francesa, idea que -dicen- al propio Iparraguirre le inspiraron de las barricadas parisinas de 1848. Por eso no era del total agrado de una parte del PNV.

Es curioso que el periódico bilbaino La lucha de Clases, órgano de la Federación Socialista y UGT, despreció entre 1900 y 1920 todos los iconos de la identidad vasca. Así, el Árbol de Gernika era “el alcornoque”; los Fueros “antigüallas”; el aurresku, “un ataque de memez”; la pelota, los aizkolaris o la soka-muturra manifestaciones de incultura y el vascuence una lengua inadaptada para la modernidad. Solo el Gernikako se salvó por dos cosas: en primer lugar, su autor, nada representativo de un localismo tradicionalista, era visto con simpatías entre los socialistas y, en general, entre el país progresista. En segundo, la letra; sobre todo la estrofa “Da y extiende tu fruto por el mundo”, era interpretada como muestra de un universalismo propio de la izquierda. Y para los demasiado tikis-mikis, siempre se podían cambiar los dos últimos versos, como hacía el republicano Serafín Baroja, padre de Don Pío: “Adoratzen zaitugu, arbola santua” por “Libertate ederren, fruitu sasoitua”. Cualquier versión del Gernikako es mucho mejor que el “God Save the Queen” inglés y que la mayoría de himnos del mundo.

Zugazagoitia, luego fusilado por Franco, decía que “tienen mucho de socialista los versos de Iparraguirre”. Para Tomás Meabe, otro padre del socialismo y comunismo vasco y español, “el Guernicaco Arbola y La Internacional son nuestros: son dos eslabones de una cadena. El uno canta el recuerdo del comunismo primitivo; La Internacional representa la pronta llegada del comunismo científico”.

Sesenta años más tarde, Txabi Etxebarrieta, prototipo y mártir de una nueva juventud revolucionaria vasca, escribía cosas similares. En la revista Zutik, con la que ETA celebraba el Primero de Mayo de 1967, escribía en euskera: “Arriba parias de la tierra. Con estas palabras comienza La Internacional. Eman ta zabal zazu munduan frutua dice Iparraguirre en el Gernikako Arbola. Muchos piensan que el nacionalismo es reaccionario, que el verdadero internacionalista no puede ser nacionalista… Nosotros, siendo abertzales, somos internacionalistas”.

Las generaciones posteriores de abertzales se centraron en el Eusko Gudariak -maravilloso himno en tono menor- como canto de guerra tribal, pero no llegaron a olvidar el Gernikako. Itziar Aizpurua, en su libro de memorias junto a Jokin Gorostidi, entrambos históricos de la organización desde el Proceso de Burgos, contaba: “Siempre hemos visto, yo al menos, el Gernikako arbola ligado al PNV, como si fuera suyo, y eso enfadaba mucho a Jokin: Iparragirre lo había hecho para todos los vascos, y por lo tanto antes era nuestro que de nadie, ya que nosotros seguíamos el camino de nuestros antepasados y nuestros padres”. Desde una cárcel española, Fernando Alonso lo calificaba como “la composición más internacional, cumbre de la afirmación nacional vasca”.

El debate ha propiciado un sartal de nuevas proposiciones: ora el Txoriak, Txori, ora Ikusi Mendizaleak o el Agur Jaunak… Nos han hecho recordar que García Danborenea, jefe del GAL, llegó a proponer el Desde Santurce a Bilbao. La misma abundancia de propuestas las neutraliza todas. Ninguna alcanza, ni de lejos, la épica, la sangre vertida, la transversalidad territorial, política y temporal; la presencia permanente en toda la literatura mundial; las traducciones e interpretaciones en todas las lenguas… Además, nadie pretende sustituir los himnos oficiales o tribales existentes, sino recuperar el único himno que ha tenido, y ha unido, todo el Zazpiak bat.

“Es que no me gusta” dice alguno como argumento supremo. Pero a otros tampoco nos gustaba el nor-nori-nork y tuvimos que aprenderlo. Además, digan lo que digan, es bello. Marta Gellhom, novelista y viajera estadounidense, la más grande corresponsal de guerra del siglo XX y compañera de Hemingway, lo aprendió con los pelotaris vascos en Chicago. “Es un canto que va directo hacia lo alto, y que ellos cantan con orgullo y dolor. Escuchándolo sientes ganas de llorar y un temblor te recorre… y ahí es donde puedes ver cómo debe amar a su patria la gente que ha creado un canto semejante y que lo canta tan bien”.

Atención: la orquesta del Titanic toca el Gernikako arbola, esparciendo la esperanza vasca por el mundo. Pongámonos de pie.

 

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